Rompieron nuestras vidas, que no rompan nuestra memoria

MEMORIA HISTÓRICA

LA DESBANDÁ: ROMPIERON NUESTRAS VIDAS, QUE NO ROMPAN NUESTRA MEMORIA

Paco Vigueras e Isidoro Coello
Asociación Granadina Verdad, Justicia y Reparación

La VI Marcha de La Desbandá recorre estos días la costa de Andalucía, desde Málaga hasta Almería, para rendir homenaje a las víctimas del mayor crimen de guerra contra población civil indefensa. A su paso por Torre del Mar, municipio de la costa malagueña, los senderistas han recordado la primera masacre, cuando los cruceros de la Armada franquista, Baleares y Canarias, cañonearon sin piedad a mujeres, ancianos y niños, que huían presas de pánico. El investigador Jesús Majada, ha recogido en su libro Carretera Málaga - Almería testimonios estremecedores de decenas de supervivientes: “Fue horrible, nunca lo olvidaré. Eran militares profesionales de la Marina o la Aviación contra ancianos, niños y mujeres. Sabían a quienes disparaban. Veíamos sus caras, ellos sabían que éramos civiles indefensos, nos veían perfectamente. Estaban tan cerca, que cuando un disparo acertaba a un burro o un autobús, podíamos ver sus caras, podíamos ver cómo saltaban de alegría en las cubiertas de los barcos, celebrándolo”. El farero Anselmo Vilar evitó que la masacre fuera aún mayor, pues apagó el Faro de Torre del Mar para desorientar a los buques y aviones que participaron en este crimen de guerra. La heroica actuación de Anselmo salvó muchas vidas y en represalia fue fusilado, días después, por los franquistas.

Monumento a las víctimas del río Guadalfeo

Otro de los momentos más emotivos de la Marcha será la llegada a Salobreña para inaugurar un monumento que recuerda la segunda masacre, en la desembocadura del río Guadalfeo, escenario de uno de los episodios más dramáticos de este genocidio. Según las crónicas de los corresponsales de guerra, el puente había sido destruido por los bombardeos y el río venía con una fuerte corriente de agua, por lo que muchos fugitivos no se atrevían a cruzarlo para llegar a Motril. Perseguidos por las tropas al mando del general golpista Queipo de Llano, miles de vecinos se sintieron atrapados en esta huida desesperada y los que, finalmente se arriesgaron a cruzarlo, fueron arrastrados hacia el mar, donde murieron ahogados o ametrallados. Carmen López Iglesias logró sobrevivir a esta masacre. Tenía poco más de tres años, cuando salió huyendo de Salobreña, con sus padres y cinco hermanos más. Caminaban de noche, entre los maizales, para no ser vistos por la marina franquista que bombardeaba desde la costa, y, sobre todo, por los aviones nazis, aliados de Franco, que ametrallaban a los refugiados. Ahora, con 88 años, todavía tiene memoria para contarlo: “Sentíamos los aviones, tiros y la gente chillando. Mis padres intentaban protegernos. Veíamos a mucha gente huyendo”.

Norman Bethune, el médico de la Desbandá

Tras pasar por Salobreña, la Marcha continuará su recorrido hasta Motril, donde un busto recuerda, desde hace cinco años, al doctor Henry Norman Bethune, otro héroe de La Desbandá. Los senderistas rendirán homenaje a este médico canadiense que, acompañado de sus ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley, viajó con su ambulancia por la carretera de la muerte, salvando la vida de muchas víctimas de los bombardeos. Bethune fue, además, un testigo excepcional de este genocidio, pues anotó en su diario: “Yacían hambrientos en los campos, atenazados, moviéndose solamente para mordisquear alguna hierba. Sedientos, descansando sobre las rocas o vagando temblorosos sin rumbo. Los muertos estaban esparcidos entre los enfermos con los ojos abiertos al Sol”. Y su colaborador,  Hazen Sise, ejerció también de fotógrafo y nos dejó un testimonio gráfico impresionante.

Siguiente parada en Calahonda, donde se produjo el contraataque republicano, a cargo de las Brigadas Internacionales, para frenar el avance de las tropas franquistas y proteger la huida de los refugiados, según la investigación de Fernando Alcalde. El batallón Tshapaiew hizo frente a los militares sublevados, en un combate heroico y desigual, que tuvo como testigos a los fotoperiodistas Gerda Taro y Robert Capa, autores de un importante reportaje gráfico, fundamental para que no se olvide la contribución de los brigadistas en la lucha contra el fascismo. Y en Castell de Ferro, una placa del Club Senderista La Desbandá recuerda a las Brigadas Internacionales y al doctor Norman Bethune con este mensaje: “Rompieron nuestras vidas, que no rompan nuestra memoria”.   

Cuando Almería se convirtió en el Guernica andaluz

Después de recorrer más de 240 kilómetros, la Marcha llegará a su etapa final en Almería, donde miles de supervivientes de La Desbandá encontraron refugio hace 85 años. En esta capital andaluza, que durante la guerra permaneció fiel a la República, los fugitivos recibieron la solidaridad de sus vecinos y utilizaron una red de túneles subterráneos que les permitió protegerse de los bombardeos de la aviación nazi. Los aviones de Hítler arrojaron un total de 754 bombas, durante los 52 bombardeos que sembraron el terror en la población, aunque el peor de todos fue el que se produjo el 31 de mayo de 1937, cuando Almería se convirtió en el Guernica andaluz. La capital almeriense contaba con 40 kilómetros de refugios, con capacidad para 40.000 personas, el 90 por ciento de la población de Almería en aquella época. Estos refugios estaban dotados de un quirófano para los heridos y una sala de juego para que los niños pudieran paliar el trauma de la guerra. Una estructura defensiva impresionante del arquitecto Guillermo Langle Rubio. Es pues hora de preguntarse quién era este ingeniero que salvó tantas vidas.

Guillermo Langle se formó como arquitecto en Madrid, donde conoció a buena parte de los intelectuales que integraron la llamada Edad de Plata de la cultura, como Jacinto Benavente, Ortega y Gasset, Valle Inclán o Pío Baroja. Participó en el Movimiento Moderno o Generación de 1925, protagonista de la vanguardia arquitectónica española, y fue símbolo de la evolución urbanística almeriense, durante el siglo XX. Pero su obra más emblemática son los de refugios que construyó en 1937, como defensa de la población civil, frente a los bombardeos de la aviación nazi, aliada de los militares golpistas.

Guillermo Langle fue testigo y dejó testimonio en su diario del terror provocado por las bombas: “Levanté una puerta medio entornada y debajo aún se movía la cabeza de una mujer moribunda con su hija muerta en brazos”. La imagen dramática que describe el arquitecto nos recuerda el Guernica que pintó Pablo Picasso, por encargo del gobierno de la República, para denunciar la barbarie fascista en la Exposición Internacional de París de 1937. El mismo Langle confiesa: “Llegué a odiar a los sublevados por el horror y la tragedia de los bombardeos”. Y más tarde, declaró: “La guerra destrozó el porvenir de los que tuvimos la desgracia de vivirla y nos convirtió para siempre en seres tarados, nerviosos y pesimistas”.

Terminada la guerra, el régimen franquista abrió a Guillermo Langle un Expediente de Depuración por su actividad profesional durante el periodo republicano, por lo que estuvo sin empleo ni sueldo durante varios meses, nos dice la investigadora Milagros Soler. Sin embargo, su amistad con Rafael Ortega Barrios, Vicario de la Diócesis de Almería, que era simpatizante de los sublevados, evitó que acabaran con su vida ante un pelotón de fusilamiento. A cambio, se vio obligado a hacer algunas obras para el régimen, como la Cruz de los Caídos o el Sagrado Corazón. No obstante, siempre será recordado por los refugios de la guerra que evitaron una nueva masacre en Almería. Actualmente, han sido rehabilitados y pueden visitarse para admirar la eficacia y magnitud de esta obra de ingeniería.