La Desbanda el genocidio silenciado

LA DESBANDÁ, EL GENOCIDIO SILENCIADO

Leyendo el diario del doctor Norman Bethune

Paco Vigueras, periodista y portavoz de la Asociación Granadina Verdad, Justicia y Reparación.

Un año más, La Desbandá se ha puesto en marcha. Más de 200 senderistas recorren estos días, bajo la lluvia, la carretera de la costa. Caminarán 250 kilómetros, desde Málaga hasta Almería, para rendir homenaje a las víctimas de este genocidio silenciado. La masacre empezó el 7 de febrero de 1937, hace 87 años, en esa misma carretera. Miles de familias huyeron de Málaga, presas de pánico y perseguidas por las tropas franquistas, que habían tomado la ciudad a sangre y fuego.

Escapaban del criminal de guerra Queipo de Llano, que lanzó una campaña de terrorismo radiofónico, con soflamas en las que amenazaba con asesinar a los rojos y violar a las rojas: "Nuestros valientes Legionarios y Regulares –vociferaba por el micrófono de Radio Sevilla- han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora, por lo menos, sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen o pataleen".  

Aquella marea humana de mujeres, niños y ancianos fue bombardeada sin piedad por tierra, mar y aire. Y más de 5.000 personas nunca llegaron a Almería. Este episodio espeluznante tuvo un testigo excepcional, el doctor Norman Bethune, autor de un magnífico diario en el que nos dice:

"A diez millas de Almería, mis ensoñaciones se vieron interrumpidas por una extraña procesión. Miré detenidamente por el parabrisas, lleno de admiración. ¿Campesinos? Sí, trajinando laboriosamente con sus asnos. Sin embargo, vistos de cerca, ya no eran simples campesinos.
Se aproximaba a nosotros un hombre que llevaba un burro atado por una cuerda, arrastrando los pies, cabeceando, con un niño atado a la espalda, en mantón. Al burro lo coronaban un colchón, ollas y sartenes, un par de botas,  mantas y una jarra de agua. Un niño se colgaba del rabo del asno. Detrás, iba una mujer con un crío en brazos, y tras ella, un anciano renqueante con un bastón, arrastrando a otro niño de la mano".

"Los refugiados adelantaron al coche, aparentemente sin verlo. Caminaban lenta y pesadamente, agotados, con los pies rozando el duro asfalto, sus espaldas caídas como si las empujaran hacia delante, sus bocas colgando abiertas, la mirada en blanco, síntoma consciente del agotamiento absoluto".
Así describía Norman Bethune a una de las muchas familias que fueron víctimas de La Desbandá. Su conmovedor diario, ilustrado con las desgarradoras fotos de su colaborador Hazen Sise, se ha convertido en un testimonio literario y grafico fundamental para que no se olvide este crimen de guerra contra población civil indefensa.

Además de salvar a miles de vidas con su ambulancia, el doctor Bethune nos dejó un retrato humano escalofriante sobre la primera masacre cometida por el franquismo:
"Había familias enteras caminando juntas... Eran como sombras deslizándose de ninguna parte a ninguna parte. Entre el ruido del mar y el eco de los precipicios, el único sonido que producían era el roce de las sandalias en la piedra, el silbido de una respiración fatigosa, el gemido que irrumpía en sus labios agrietados..."

Estamos leyendo un relato de gran belleza literaria, si no fuera porque Bethune está narrando un crimen contra la humanidad:
"Los había de todas las edades, pero sus rostros estaban demacrados con idéntica fatiga. Corrían a manadas junto a nuestro camión, sin expresión... los pies descalzos chorreando de sangre en la calzada, los ojos enormes y aterrados, un flujo macilento, silencioso y torturado de hombres y bestias. Los animales bramando como humanos; los humanos sin emitir un quejido, como los animales".

Norman Bethune detiene el coche en el centro de la carretera y pregunta: ¿De dónde vienen? ¿Adónde van? ¿Qué ha ocurrido?
Y uno de los fugitivos le responde: "Los fascistas han llegado a Málaga, las armas han rugido, las casas se han desplomado, la ciudad ha sido desangrada y todo aquél capaz de caminar ha huido por la carretera".

Más tarde, Bethune sube al estribo del camión, pone la mano en visera, observa la enorme llanura y anota en su diario esta imagen apocalíptica: "treinta kilómetros de seres humanos serpenteaban como una oruga gigante, con sus innumerables miembros elevando una nube de polvo, moviéndose con lentitud...En ninguna parte se veía la carretera. Estaba todo tupido de refugiados, miles y miles, apretados, cayendo unos contra otros, como un enjambre de abejas en una colmena, y como abejas, llenaban la llanura con el zumbido de sus voces, llantos, gemidos, los grotescos ruidos de las bestias".

El médico canadiense nos cuenta también cómo viajó con su equipo, ambulancia arriba y abajo, durante cuatro dias y cuatro noches, trabajando sin descanso, para evacuar a los que quedaba de una ciudad entera: "Cuarenta y ocho horas estuvo Sise al volante, mientras yo permanecía en la carretera, formando al siguiente grupo que sería transportado... Vivíamos con el corazón roto por los que se quedaban y la cansada alegría por los que pusimos a salvo. Trabajamos conscientes de que cada viaje podía ser el último y con el miedo de que los fascistas se llevaran a los que ya habían sido evacuados".

El doctor Bethune tampoco olvida describir cómo se perpetró este crimen de guerra, por parte de fascistas italianos y nazis alemanes, aliados de Franco: "Un silencio inmenso sitiaba a los refugiados. Los que estaban a punto de morir por inanición y yacían en los campos, sumidos en el sopor, se volvían sobre sí mismos para mordisquear la rala maleza. Los sedientos se acomodaban en las piedras, temblando, tambaleándose sin rumbo, la mirada salvaje y vidriosa, con ojos de desesperanza. Los muertos se amontonaban indiscriminadamente entre los enfermos, luciendo imperturbables bajo el Sol. Después, los aviones hicieron un barrido sobre nuestras cabezas -destellantes y plateados aviones de caza italianos y escuadrones Heinkel alemanes. Bajaban en picado hacia la carretera, con tanta indiferencia como si practicarán el tiro al blanco, sus ametralladoras tejían intrincadas formas geométricas sobre los refugiados que huían".

Y por fin Almería, donde Bethune nos ofrece un último testimonio de la barbarie fascista: "En pocos minutos llegué a la parte más densamente poblada de la ciudad. Aquí, las calles ya no estaban oscuras. Grandes llamaradas subían desde los esqueletos de los edificios, alcanzados por las bombas incendiarias. En el resplandor de los edificios ardiendo, interminables aglomeraciones de gente aumentaban frenéticamente, huyendo de las bombas, protegiéndose entre los muros derribados, cayendo, arrastrándose, desapareciendo en las zanjas abiertas por las bombas, agarrándose y gritando, cuando se esfumaban sin dejar rastro".

"No llegaba ningún sonido de bomba desde el puerto. A los bombarderos no les interesaba el puerto. Perseguían presas humanas. Perseguían a los cientos de miles de personas que habían conseguido esquivarlos en Málaga, que habían rechazado vivir con los fascistas... Y ahora que la caminata desde Málaga había terminado, ahora que los refugiados se aglomeraban en unas pocas manzanas de la ciudad, el asesinato en masa exigía un mínimo de bombas ... ahora, Franco saciaba su sed de venganza".

La Asociación Granadina Verdad, Justicia y Reparación está organizando charlas informativas en los Institutos, en las que anima a los estudiantes a leer el diario del doctor Norman Bethune. Nuestros jóvenes están tomando así conciencia de lo que es capaz de hacer el fascismo. Se trata del mejor antídoto contra el negacionismo y la garantía de que no se repetirá, nunca más, semejante atrocidad. El movimiento memorialista andaluz estará siempre en deuda con este médico solidario y su colaborador Hazen Sise, que ejercieron también como intrépidos corresponsales para aportar pruebas sobre el genocidio de La Desbandá.